Al final de la Primera Guerra Mundial un soldado del ejército de Tomania, al salvar la vida del oficial Schultz en su avión, sufre un accidente y pierde la memoria, permaneciendo en un hospital por 20 años. Cuando, todavía amnésico, escapa del hospital, regresa a su ciudad, donde abre de nuevo su antigua barbería ubicada en el Ghetto. Los tiempos han cambiado. El país es gobernado por el dictador Adenoid Hynkel, y existe una brutal discriminación contra los judíos.
Una de las jóvenes del Ghetto, la bella Hannah, defiende al barbero cuando es acosado por miembros de las fuerzas de seguridad de Hynkel. Ambos se enamoran y deben sufrir los atropellos de la dictadura, aunque tienen el respiro de tener la protección de Schultz, que reconoció al barbero, y de un corto periodo de paz con los judíos mientras Hynkel trata de conseguir financiamiento de un banquero judío para sus ambiciones de dominación global.
El rechazo del préstamo por parte del banquero judío motiva la reanudación de la opresión en el Ghetto, Schultz cae en desgracia por encararle su falta de humanidad al dictador y de ocultarse con los judíos. La persecución produce que el barbero y Schultz sean enviados a un campo de concentración.
Hynkel decide invadir Osterlich, pero la intromisión del líder de Bacteria, Benzino Napaloni, le obliga a invitarlos y ser diplomáticos, que desemboca en una ridícula guerra de comida y pasteles entre los dos dictadores.
Hannah y las personas del Ghetto huyen hacia Osterlich, pero al poco se inicia la invasión desde Tomenia. Entonces, al escapar el barbero y Schultz, Hynkel será detenido por error por sus propias tropas, por su gran parecido con el barbero, y este será tomado por Hynkel y conducido a dar un discurso sobre el inicio de la conquista del mundo.
En vez de eso, el barbero da un discurso exhortando a la humanidad a dejar la mecanización del hombre, a las dictaduras, a la discriminación, y recuperar la humanidad: «Lo lamento mucho, pero no quiero ser dictador. No quiero conquistar ni gobernar a nadie. Deseo ayudar a todos, judíos, gentiles, blancos o negros… Nuestra sabiduría nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia nos ha hecho duros y malos. Pensamos demasiado y sentimos poco. Más que maquinaria necesitamos bondad y ternura… ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos!».
Aplaudido por la multitud, habla para sí: «¿Me escuchas Hannah? Donde quiera que estés, ¡mira hacia a lo alto, Hannah!».
Hannah, en su casa, arrasada de nuevo por los invasores, dirige la mirada al cielo con esperanza, y sobre ese rostro se cierra la pantalla.